martes, enero 3

No lo escribi yo

Un amigo mío, de más o menos treinta años, se enamoró profundamente de un chica que yo conocía, ella cautivó su corazón. Pasaba las noches despierto soñando con el día que se casaría con su preciosa mujer; ella no le dedicaba mucha atención a pesar de la insistencia de sus amigas y amigos que le decían “Estas oportunidades vienen una vez en la vida”.
Esta chica se distraía con jóvenes de su edad que para ella aparentemente eran más apuestos, sin embargo el corazón de él palpitaba cada vez más fuerte por ella. Al fin, después de unos meses, la joven reconoció que sí lo amaba y entraron en una relación bella y maravillosa que los condujo a hacer un feliz compromiso de bodas.
Emocionado por el casamiento, él le dice que a diferencia de la tradición, quiere escogerle y comprarle el vestido de bodas, lo quería tan blanco que opacara la luna y tan hermoso que oscureciera el mar. No obstante, a pesar de su compromiso, a ella le atraía jugar al amor con otros chicos y cada vez, a pesar del genuino amor que sentía por su novio, ella se arriesgaba más. En un momento de debilidad casi intencionada, la chica empezó a juguetear con su corazón y su cuerpo; el novio lo sabía. En tristeza envolvía sus noches al tratar de dormir para no sentir la herida, pero su amor por ella pintaba cada esquina de su día y cada rincón de sus sueños, entonces con tristeza pero sin reservas, la perdonaba. Un día actuando bajo los efectos del amor, nuestro apuesto caballero perdió el dominio de sus sentidos, entonces decidió que el día que comprara el vestido de su novia se haría tatuajes declarándole su compromiso eterno, se marcaría permanentemente el cuerpo por ella. Un jueves en la noche sale a comer con sus amigos, la cena se vuelve en una fiesta triste de despedida porque les deja saber que se casa y que se hará tatuajes permanentes para mostrarle su amor a la dueña de su corazón. Esa noche no duerme nada y el viernes en la tarde, desvelado, cansado y agotado, decide ir a comprar el vestido que por meses ha estado viendo. Si fuera más blanco se perdería en el cielo y más majestuoso, sólo el rostro de Dios, piensa al imaginarse cómo su novia adornaría el vestido, la boda y el universo, así lo había soñado. No era barato, no sería fácil adquirir esa joya de tela celestial, pero estaba preparado y con gran sacrificio compra el vestido y se encamina al salón de tatuajes, acumulando el valor necesario, entra a hacerse las marcas. Ese fin de semana ella no supo de él hasta que luego de tres días llegó a buscarla a su casa con el vestido en la mano. Emocionado por enseñarle el vestido de bodas y enseñarle también lo que su amor por ella lo había llevado a hacer, no esperó y abrió la puerta de su casa; al fondo en el sofá de la sala la encontró acostada con un chico, un muchacho joven de su iglesia. La escena perforó su corazón como una afilada lanza, tapándose un poco más con la camisa de su joven amante, en total asombro, la chica se sienta en la orilla del sofá y le dice “¿Qué haces aquí?”. Él con la mirada de un poeta triste, desilusionado, pone el vestido sobre la mesa y levanta a la altura de la cintura las manos, como marcas para la eternidad enseña sus tatuajes, como gotas de sangre asomándose con lentitud por los poros de un rostro herido, sus lágrimas se detienen al borde de su semblante entristecido, como esperando caer sincronía. Se levanta la camisa y le enseña otro tatuaje, una marca permanente en su costado, aun fresca, destilando amor. Con la mirada clavada al suelo, a unos cuantos metros de su amada novia pero separados por la infinita distancia de la traición, como arrastrando el tiempo, lentamente se da vuelta encarando la puerta. Sus descalzos pies acariciando el piso, en triste silencio, caminan hacia afuera. Ella aun con el corazón golpeándole el pecho, sólo puede ver que él se retira. Es señal ve que en sus pies también lleva tatuado su nombre, sintiendo la mirada a sus espaldas, él se voltea una vez más para verla, y con los ojos enmudecidos de tristeza le dice: “Te espero, estaré allá afuera”. El eterno silencio en un segundo se raja y suavemente se resbalan de sus labios las palabras “Te amo, acá está tu vestido blanco, te verás maravillosa”, con eso sale, cierra la puerta y sentándose en las gradas de la casa de su novia, Jesús contempla las marcas que se hizo en sus manos, se toca la herida en el costado y mirando sus pies ensangrentados, tiene la certidumbre de que sí valió la pena el sufrimiento porque hecho por amor.