lunes, enero 21

LA SABIDURÍA DE LA TORTUGA: Sin prisas pero sin pausa 1° Parte

LA SABIDURÍA DE LA TORTUGA: Sin prisas pero sin pausa




“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: vivir” (R. Stevenson)


En la costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche de julio un espectáculo inolvidable: cientos de tortugas emergen de las aguas del Pacífico para conquistar la orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar idóneo para enterrar sus huevos en la arena. Con el objetivo de cumplir con la misión de mantener la especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles de kilómetros para volver al sitio donde nació y en ello, según la tradición popular, puede que empleen unos treinta años.
Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares adultos, provocando su lenta desaparición.
Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida actuales. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al momento”. Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que supone una pérdida de tiempo.
¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.


1. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN


“Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo” (Proverbio Árabe)


Una de las características principales de nuestro mundo actual es la aceleración, la rapidez, el cambio brusco, la inmediatez. Decir que “no hay tiempo” es una expresión demasiado generalizada. De ahí que en el denominado “primer mundo”, el tiempo se considere un bien escaso y como tal muy apreciado, time is money, y no es raro que se afirme que puede que sea uno de los recursos más valorados en el siglo XXI. En nuestro contexto actual nos invade la prisa. Se tiene la experiencia de que las actividades nos superan y desbordan. La urgencia precipita un modo de proceder en el que casi todo tiene que estar terminado para ayer. Así, no se vive en el presente, porque el presente “ya es pasado” y en consecuencia, difícilmente se proyectará un futuro, porque nunca podrá llegar. Nos encontramos gobernados por los relojes, con la sensación de que cada vez corremos más y curiosamente, cada vez tenemos menos tiempo. Funcionamos como unos “hamsters” que son colocados en un entorno social – jaula- y que no paran de correr a toda velocidad día y noche dentro de una rueda que se mueve pero que no se desplaza a ningún sitio y cuyo único objetivo es mantenerla en continuo movimiento. A pesar de los inventos modernos que deberían aliviar la dureza de la actividad diaria y facilitar una existencia más relajada, la realidad camina por otro lado. Más que controlar y disfrutar del tiempo, da la sensación que es éste el que nos dirige y domina. Más que vivir, el ser humano se “desvive” o mal vive. He aquí algunos ejemplos:
Se creía que con la revolución industrial las máquinas trabajarían por nosotros y se auguraba que a finales del siglo XX se llegaría a establecer las 20 ó 25 horas semanales. Sin embargo, en la práctica estamos trabajando más horas que hace unas décadas. Desde hace dos años, la asociación norteamericana “Take Back Your Time”(Recupere su tiempo perdido) convoca el 24 de Octubre el día de los “relojes caídos”, ya que en esa fecha un norteamericano medio ha trabajado más de lo que hará un europeo medio en todo el año.
De hecho los mismos avances tecnológicos que posibilitan las bases para potenciar la sociedad de la comunicación y del conocimiento, se están usando para producir una “sociedad de la fragmentación”, en las que las personas se alejan más unas de otras y se perciben cada vez como extrañas. Más que desconectar, la irrupción de la tecnología provoca la necesidad imperiosa de estar alerta 24 horas al día, siete días a la semana, los 365 días del año, despertándonos con los e-mails o durmiendo con los móviles en la mesilla de noche.
Los propios ciclos vitales se modifican. ¿Para qué dedicar tiempo a comer? No es raro que se fomente la comida rápida que también recibe el calificativo de “comida basura”. Da la sensación que lo que menos importa es comer y como tal, da lo mismo que sea cualquier cosa. ¿Para qué dormir? Algunos hasta se sienten mal por pasar 23 años de su vida durmiendo (el tercio de la vida de una persona que llegue a los 70 años) y por ello intentan alargar como sea el estado de vigilia.


Por: Jose Luis TrecheraProfesor de Psicología del Trabajo en ETEA (Córdoba)

Autor del libro: La sabiduría de la tortuga. Sin prisa pero sin pausa. Editorial Almuzara

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