jueves, octubre 11

La fuerza que nos mueve hacia el éxito‏

Llevo años trabajando y estudiando el campo de la conducta humana, y nunca deja de sorprenderme lo difícil que resulta para la mayoría de las personas lograr los cambios necesarios en sus vidas para llegar a ser quienes realmente quieren ser. Y me sorprende por el contraste con lo fácil que parece para aquellos que han logrado llegar a la cima del emprendimiento, aquellos que tuvieron un sueño y finalmente lo alcanzaron. Todos los seres humanos llegamos a este mundo dotados de las mismas capacidades generales. Sí, puedo aceptar que hay diferencias individuales que son las que nos convierten en nosotros mismos, pero definitivamente esas diferencias no son la causa de que unos alcancen sus metas y otros no. Desde que Daniel Goleman publicó su libro, Inteligencia Emocional, todos caímos en la cuenta de que no son los conocimientos académicos los que marcan la diferencia, no es el dinero que se tiene, no son las oportunidades previas… Hay algo dentro de nosotros, y no fuera, que nos permite hacer cosas que otros ni tan siquiera se han planteado. No hay píldoras para el éxito Si estás leyendo este artículo es porque tienes la inquietud de conocer cuál es esa fuerza que te ha de llevar a conseguir tus metas. Lo he dicho en muchas ocasiones, no hay píldoras para lograr el éxito. La capacidad está dentro de nosotros, pero conlleva el esfuerzo de comprender cómo funciona, y no todas las personas están dispuestas a realizar ese esfuerzo. Vamos a poner un ejemplo de cómo nuestra mente se alimenta de nuestros pensamientos. Venimos al mundo con un concepto intacto de nosotros mismos que nos permite aprender habilidades tan complejas como hablar o caminar. Imagínese dónde estaríamos los seres humanos si desde pequeños dudásemos de nuestras propias capacidades. Después de los primeros diez intentos para ponernos en pié, comenzaríamos a pensar que tenemos evidencia suficiente para concluir que no estamos capacitados para ese difícil ejercicio que es andar sobre las piernas, mantener el equilibrio y no caer constantemente. La evidencia nos llevaría lógicamente a dejar de intentarlo y buscaríamos otras soluciones a nuestra movilidad. Y si el ser humano nace con la fe suficiente en sí mismo para alcanzar los grandes hitos que han cambiado la vida en el mundo como hablar o caminar, ¿qué nos hace que un día perdamos esa fe en nuestras capacidades y dejemos de pensar que podemos lograr cualquier cosa que nos propongamos?: nuestros pensamientos. Los pensamientos: alimento del cerebro Las personas somos los únicos seres vivos sobre la tierra que podemos analizar nuestros pensamientos. Nuestro cerebro es un don divino. Es como una varita mágica que puede lograr cualquier cosa que nos propongamos si nos molestamos en aprender cómo funciona. El modo en que utilicemos nuestro cerebro puede hacer que nos elevemos hacia nuestros más altos sueños o que vivamos arrastrados por el barro del dolor. A medida que vamos creciendo, vamos atesorando experiencias que nos hacen sentir bien o nos hacen sufrir. Nuestros pensamientos acerca de esas experiencias se van almacenando en nuestro cerebro creando en nosotros una imagen de cómo somos y de cómo nos ven los demás. Cuando nos encontramos ante una nueva situación buscamos en nuestro “archivo cerebral” información sobre cómo debemos actuar. Si en el pasado una situación similar nos causó dolor, tenderemos a evitarla; si nos causó placer continuaremos insistiendo, y si no tenemos patrones de información para aplicar a esta situación concreta actuaremos en función de nuestro estilo personal: arriesgando para alcanzar sensaciones de bienestar, o evitando iniciar una aventura que nos puede causar mayor dolor que la mera inactividad. ¿Cuál es su meta? Usted tiene una meta, ¿qué le impide lanzarse a por ella?: el miedo a que el sufrimiento de intentarlo y no lograrlo sea superior al placer que le causaría conseguir esa meta. Esto es así porque a lo largo de experiencias pasadas ha ido asociando placer y dolor a cada una de las conductas relacionadas con esa situación. En ocasiones intentamos lanzarnos a por nuestras metas a pesar del dolor, pero llega un momento en que decidimos que ya deberíamos haberlo conseguido y, como no es así, desistimos añadiendo más evidencia a nuestro “archivo cerebral” de que “otros pueden pero nosotros no”. Y ese pensamiento es tan doloroso, porque nos hace sentir menos capaces que otros que sí lo han conseguido, que rápidamente nos ponemos a buscar explicaciones de por qué otros sí pero nosotros no. Y aparecen las justificaciones como la falta de dinero, de preparación, de momento idóneo, etc. Así vamos retrasando el momento de enfrentarnos de nuevo a nuestra meta y alcanzar eso con lo que soñamos. Como ya dijo Montesquieu la mayoría de las veces el éxito depende de saber cuánto se ha de tardar en lograrlo. Para alcanzar una meta debemos perseverar en ella y sólo estaremos capacitados para perseverar si tenemos la total confianza de que lo lograremos. Este es el trabajo más difícil de realizar: acrecentar la fe en nosotros mismos y poner en duda la “evidencia acumulada en nuestro archivo cerebral” a lo largo de los años de que otros pueden pero nosotros no. ¡¡¡¡TÚ PUEDES!!!!
TESSON

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